Bombay Express by Alfredo De Braganza

Bombay Express by Alfredo De Braganza

autor:Alfredo De Braganza [De Braganza, Alfredo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2019-11-01T00:00:00+00:00


21

A Taamir Bakri se le conocía como una persona tranquila y afable. Vivía con su familia en una bella casa, en una zona muy bien cuidada del norte de Cambridge, en el Reino Unido.

En alguna ocasión, su mujer, ataviada con un niqab, tocaba a la puerta de sus vecinos y les daba una exquisitez de comida que había preparado. Los vecinos lo recibían como un gesto de buena fe y civismo por parte de sus vecinos musulmanes.

Taamir viajaba con frecuencia al extranjero. Los vecinos creían saber que tenía una empresa de venta de coches de segunda mano en Pakistán, según supieron por un comentario que hizo un día su esposa. Sus operaciones siempre las llevaba directamente a través de internet. Por eso permanecía tanto tiempo en casa.

A ojos de todos, su desaparición de Inglaterra durante largas temporadas estaba justificada. Después se le veía dando clases particulares de conducir con su Ford Focus o llevando a pasajeros en su Mercedes C, que contrataban sus servicios a través de la aplicación Uber.

En algún día puntual del año la comunidad de vecinos veía cómo la calle se llenaba de coches y la casa de sus vecinos recibía visitantes musulmanes ataviados con sus distintivas ropas para celebrar una festividad religiosa. Pero durante el resto del año era una familia introvertida que se preocupada solo de sus propios asuntos y que gustaba de agradar a la comunidad.

El día amaneció despejado. Un precioso día para disfrutar en Cambridge.

Taamir tenía tres clases de conducción confirmadas. Las dos primeras eran con jóvenes británicos. Todo ocurrió con normalidad. Eran chicos despiertos y con ganas de obtener el carné de conducir.

A media tarde le causó mucho más trabajo enseñar a su tercer alumno del día. Era una señora de origen pakistaní. Se mostraba indecisa y nerviosa. Tuvo que repetirle hasta la saciedad cuál era el embrague, y por miedo a que acabase estropeando el cambio de marchas, le recomendó otro instructor particular de la zona para su siguiente clase.

Tras dejar a su último estudiante del día en su casa, se dirigió a Fen Road. Aparcó y salió del Ford Focus con una bolsa de plástico del Tesco. Sacó su teléfono móvil y se quedó plantado en la acera mientras contestaba una llamada ficticia.

La carretera era de un solo carril y era una zona residencial muy cara; un lugar solitario, con poco movimiento de peatones y de tráfico. Aun así, se giró y con sus ojos negros de cuervo, profundos sobre su nariz aguileña, escrutó con sumo cuidado si había alguien vigilando, alguna actividad furtiva o movimiento extraño. Entretanto, iba recitando versos del Corán para que pareciese que mantenía una conversación.

Una vez convencido de que no había amenazas visibles, se sentó en un banco junto al río, abrió la bolsa y, con toda la tranquilad del mundo, arrojó despacio trozos de pan a los patos. Entonces, quedó a la espera como un iluminado roshi en su retiro zen.

Un hombre se acercó en bicicleta. Se bajó y la dejó apoyada en el banco de al lado.



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